La pena es que esta parra -la variedad de uvas que produce- no tenga nombre, porque todo lo que no tiene nombre perece. Lo podría decir invocando aquello de la Biblia cuando Dios, en los primeros días del Génesis, tan pronto como inventaba o creaba algo, el cielo, la tierra, el día o la noche, de inmediato le daba nombre, como si temiera que, de no hacerlo, la creación se le diluyera entre las manos de alfarero. El caso es que esta parra que tanto admiras y proteges está en estos días en sazón. Además ofrece un aspecto extraordinario, sobre todo por el color de los granos, entre morados, rosados, verdes, dorados, cada uno de diferente tonalidad, conviviendo todos en el mismo racimo. No es uva de vino o de vinagres. Es uva de mesa. La recuerdas de siempre porque era la parra protectora de las casas de los jornaleros o aquella que sombreaba el corral de las gallinas o la pocilga de los cerdos. También como un mástil protector en la fachada de la gente sencilla. Y ahora la proteges o incluso la has esquejado por aquello de que intentas tener en tu huerta productos originarios, los tomates, las peras sanjuaniegas, las ciruelas claudias y las monjiles. Pero no has conseguido averiguar el nombre, y tampoco tus colegas huertanos te ayudan. Todos la reconocen, pero nadie la nombra, y a ti te fastidia no darle el nombre exacto porque todo lo que se aprecia se nombra. El sabor del fruto es mestizo, como tantas otras cosas de esta tierra, entre el dulce del moscatel y el más arisco de los emparrados que todavía pueblan las calles y que sirven para el vino de pitarra o el vinagre. Has sabido y te consuela que algunos vecinos se han juntado para proteger las fachadas de la casas mudéjar del Castillejo, y qué alegría da ver, en este final de verano, la parra en la puerta y la periquera sobre el corralillo de pizarra. Habrás notado que el perico, el humilde perico, es promiscuo y mestizo como mi parra, y que se hibrida con facilidad: unas veces amarillo o rosa y otras de varios colores en la misma corola. Hablo del valor de lo originario y se me viene a la cabeza que a veces la conservación de lo autóctono se debe a la pobreza, a que no hubo dinero para derribarlo o sustituirlo, por ejemplo el organito histórico de mi aldea o el barrio viejo de Cáceres. Las ermitas románicas perviven porque no hubo dinero para hacerlas góticas y que la mitad de la catedral románica de Plasencia subsiste porque se acabó la plata para completar la moderna. Se ha perdido el nombre de mi parra como se perdieron las semillas de los tomates de la Morisca o de los garbanzos de San Lorenzo. No resistieron el impulso de otras semillas invasoras.
-No sé por dónde caminas, mi amigo impertinente, o es que hoy toca ración doble de lirica y de botánica
-Ya verás hacia dónde camino. La defensa de lo autóctono me ha creado una gran zozobra ante dos hechos que he presenciado este verano entre el ir y venir de la huerta a la casa. El primero tiene que ver con la imagen de los extremeños. El segundo, con el desarrollo económico y el empleo
El caso es que el hortelano se ha pasado el verano viendo ración doble de televisión. La razón, que la hay, no viene al caso. Y ha visto, sobre todo, la televisión autonómica. ¿Has reparado, amigo Tulio, en la calidad de los programas que emite la televisión de tu tierra? No entro en considerar si es bueno o malo que existan televisiones autonómicas, ahora que tanto se discute la cuestión. Sí digo que nunca imaginé que desde dentro, con los dineros públicos -¿saben ustedes cuánto cuesta a los extremeños mantener el invento?- se atentara de forma tan despiadada contra el prestigio de los extremeños. Menos mal que los programas que día tras día veía este hortelano impertinente no trascienden fuera de la región; de lo contrario al resto de los mortales les llegaría la zafiedad con las que unas jóvenes armadas de micrófono o unos mozuelos con desparpajo chapotean en los más bajos tópicos de lo rural o de la gente mayor provocando el chafarrinón de los incautos. Si la TV extremeña, regida con criterio político, repusiera toda la gama de películas sobre la Extremadura más rancia, desde “Tierra sin pan” de Buñuel, pasando por los “Santos inocentes” de Delibes, “La familia de Pascual Duarte” de Cela o “Jarrapellejos” de Felipe Trigo, no causaría el mismo daño que estos programas abominables que el hortelano ha visto este verano: “el puerta a puerta”, “el mercadillo”, “nos vamos de boda”, “bravo por mi pueblo”, “al fresco”, ¡qué sé yo!, todos cortados por el mismo patrón: los más miserables tópicos del ser extremeño. Mira que existen en cada pueblo motivos e historias extraordinarias para entretener el ocio o espabilar la cultura de mis paisanos; pues no, ¡brochazo y sal gorda! Y no digamos, lo de los toros. Todos los días entre dehesas y ganaderías y estirpes ganaderas, corridas o novilladas por doquier. ¿Cuántas horas dedica la Tv extremeña a los toros en todas sus variantes? Y si no son toros, son caballos, y si no, perdices o venados. La Extremadura más rancia, más retrógrada. Cuando terminó el verano, el hortelano hubo de ir al médico, pero olvidó contarle lo que sus ojos vieron durante el mes de agosto.
El segundo tema, también relacionado con lo autóctono, tiene más miga, querido Tulio. Se refiere a los nombramientos que el presidente Vara ha hecho este verano para gobernar Extremadura en los próximos años. El hortelano no tiene ninguna objeción, aunque de verdad la tenga, para aquellos nombramientos más administrativos. Imagino que para muchos cargos, para gestionar los presupuestos, se requiere poco más que honradez y diligencia, entre otras cosas, porque las líneas políticas vienen ya marcadas. Me refiero sobre todo a aquellos otros nombramientos que puedan repercutir en el desarrollo y en la creación de riqueza, es decir en la creación de puestos de trabajo. Piensa el hortelano impertinente que una de las razones de que nuestra tierra no prospere, o lo haga tan despacio, es debido a la falta de idoneidad de algunos que la gobiernan. Si año tras año, década tras década, no se crea trabajo efectivo y la región continúa sumida en la postración, ¿la culpa va a ser siempre de otros? Hagamos la prueba. Los dos organismos de la Administración regional más directamente vinculados con la economía productiva son, sin duda, Avante y GPEX. El primero es una macro organización en la que residen todas las competencias de apoyo al desarrollo empresarial e industrial: creación de empresas, innovación, comercialización, internacionalización, congresos, infraestructuras comerciales e industriales, instrumentos de financiación, polígonos industriales, semilleros de empresas, etc., etc. Para los hombres y mujeres de la generación del hortelano impertinente, una especie de INI extremeño. El segundo organismo, la Sociedad de Gestión Publica de Extremadura, es otro conglomerado de organismos que tiene competencias múltiples y variopintas y gestiona desde la Red de Hospederías de Extremadura, los palacios de Congresos, el área de las Nuevas Tecnologías, Recursos Públicos, etc. , etc. Lean con detenimiento la biografía o el curriculum de las dos personas recién nombradas para presidir y dirigir estas macro estructuras administrativas y entenderán el asombro de este observador. Sí, sí, frótense los ojos y eso que las biografías oficiales están trucadas. Y nos quejamos…
-Amigo Tulio, ¿qué me dices ahora?
-(…)
-Si no respondes, te lo diré yo. Me temo que he encontrado otra razón más para explicar por qué pasan los años sin que encontremos solución al único problema que tiene esta tierra. Recuerda aquella discusión que tuvimos hace unos días sobre el empobrecimiento intelectual que todo proceso de emigración produce en los pueblos. Recuerda también lo que, en un rasgo de sinceridad que le honra, reconoció el presidente Vara en su toma de posesión al pedir la ayuda del Gobierno central para reducir la tasa de paro en Extremadura, “porque –dijo- nosotros solos no podemos». ¡Qué frase! Digna de figurar en el atrio de los naranjos de la Asamblea en donde fue pronunciada, cincelada sobre mármol blanco como un exvoto al emperador Augusto, señor de las eméritas. Pero di algo, amigo Tulio. Si no lo haces, te parecerás a ese ejército de “torticulosos”, expertos en volver la cabeza cuando les señalas algo con el dedo.
-Bien, hablemos de otra cosa. Explícame, Tulio, en qué consiste el conflicto que desde este verano enfrenta al ayuntamiento de Plasencia con los hortelanos. A cambio, te recordaré lo que fue en tiempos el territorio de huertas más apacible de los reinos de España. Era como una pequeña Mesopotamia que el hortelano impertinente recuerda, allá donde el río, que bajaba rápido del valle, se serenaba y convertía en vergel las tierras que han sido pasto de la infame piqueta. Apenas se alborotaron los ecologistas, embebidos como estaban en defender la cola de los rabilargos. Mis colegas, desde los siglos más oscuros, formaron gremio y cofradía, y aun hoy pasean al santo patrono San Gregorio. Pero no lograron evitar la ruina de aquel prodigio de huertas, y han pasado de cultivar tomates autóctonos a comprarlos en el Carrefour que se asienta en donde hasta hace poco crecían perales, guindos y manzanos. Acuérdate que te cuente, amigo Tulio, la historia de un delito que cometió la reina Católica en este mismo predio. Un día del milcuatrocientos, la Reina Isabel recorría las huertas placentinas que regaba la fuente del Rey, y al presentarle un hortelano una cesta de frutas y hortalizas, le concedió a cambio el derecho a regar desde el amanecer del viernes hasta la tarde. La huerta recibió el nombre de la Merced y así ha sido conocida por los siglos de los siglos hasta que llegó la piqueta asesina. Está escrito en uno de los libros, “El parecer de un Deán”, por el que el hortelano siente más admiración.
-Pero no veo dónde está el delito.
-Fue un cohecho amigo, Tulio. La merced tuvo estipendio, y bien seguro que otro dejó de regar su parcela por culpa del hortelano obsequioso.
-Amigo impertinente, creí que ibas a contar una historia más reciente, la del único libro editado para denunciar la corrupción en Extremadura. Lo firmó un periodista, Juan Manuel Cañamero, al que parece que se lo tragó la tierra después de narrar la corrupción urbanística en Plasencia. Los sucesos ocurrieron no en tiempos remotos, sino en estos. Y efectivamente, todos, todos, volvieron la cabeza. jjbb
Querido José Julián, a propósito de la parte «lírica» y hortelana de tu artículo me ha traido a la memoria cosas de mi infancia en mi pueblo Higuera la Real y el pequeño campo de mis abuelos y que ahora -a mis 72 años recién cumplidos- reencuentro en parte. Me refiero a ciertas frutas que ya es dificil encontrar pero algunas quedan. En concreto los bruños de los cuales me atracaba allá por el mes de Agosto y me producían las correspondientes «cagaleras». Son una especie de ciruelas claudias verde amarillentas, muy dulces y que todavía se encuentran en mi pueblo y supongo que en otros. También las endrinas de San Antonio (las primeras del verano) amarillas y un poco alargadas con un aroma que todavia disfruto pues queda un árbol en mi molino. Las guindas, ácidas pero que se metían en una botella con aguardiente y que yo me las comía verdes y ahora no comprendo como era capaz de soportar aquel sabor tan agrio. En un pueblo próximo, donde mi padre estuvo de guardia civil había también una manzana pequeñas que se llamaban camuesas y que no he vuelto a encontrar. Amén de una moras de árbol con mucho jugo rojo oscuro que manchaban mucho pero que eran exquisitas y tengo la suerte de que en un molino por encima del mío queda un árbol que me permite gustarlas en su época, entre julio y agosto.
En fin, Julian que gracias por traerme esos recuerdos a propósito de las uvas que comentas.
En las otras partes de tu escrito no puedo estar más de acuerdo pero quiero hacer una referencia en plan añadido a lo que dices de la TV extremeña que solo quiero hacer extensiva al resto de la sociedad extremeña con su falta de autoestima digna de mejor causa. Y no lo entiendo toda vez que tenemos una historia y una realidad geográfica y cultural de la que tendríamos que presumir y defender frente a los que nos menoscaban en nuestro orgullo. En fin, que me encanta que hagas estas acertadas críticas y sigas haciendo incapié en la defensa de nuestra tierra.
Un abrazo.
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Más razón que un santo, José Julian. No dejo de frotarme los ojos… y no veas cómo me escuece.
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