Cuando el hortelano entró por vez primera en su parcela encontró un arbusto extraño y casi desconocido. Eran un avellano y, en consecuencia, ajeno a los cultivos tradicionales de su aldea. Por aquellos tiempos, los emigrantes a Cataluña traían a sus pueblos en vacaciones plantas y semillas que admiraban y sorprendían a sus paisanos, a aquellos que no tuvieron la oportunidad o las agallas de emigrar. Así llegaron avellanos de Reus, lechugas de Prat o tomates de Montserrat, como llegaron a espuertas los ahorros y la ayuda económica a los abuelos y a los padres que no pudieron acompañarlos en la aventura de la emigración. Solo las Cajas de Ahorros extremeñas -¡qué gran error, presidente Vara, su desaparición!- saben cuántos recursos generaron para Extremadura y los extremeños el sudor de los emigrantes.
El caso es que el hortelano arrancó el avellano y lo sustituyó por otros plantones tal vez tan exóticos como aquellos. Con el tiempo, en el sitio de uno de aquellos arbustos catalanes sembró un azufaifo, regalo de uno de los amigos más queridos del hortelano impertinente, que, cuando pasea por las veredas de la huerta, tiene ocasión de ir reconociendo los árboles que le trajeron sus amigos del alma.
No entiendo por qué extraña razón me he acordado esta mañana de los avellanos leyendo el papel que sangra por la herida catalana. En esta huerta, en los ratos en los que el hortelano se solaza entre las coles y las patatas, el paisaje de Cataluña ha tenido una presencia muy grata. Pocas otras lecturas lo han reconfortado tanto como las páginas del Cuaderno gris y las memorias del payés más universal, Josep Pla. De él aprendió la observación minuciosa de cada instante rural y de sus habitantes. Uno de los últimos placeres de este lector entusiasta de Pla fue precisamente uno de sus libros imposible de encontrar durante muchos años hasta que fue reeditado muy recientemente, Viaje a pie. Él, que tal vez junto a Baroja, hayan sido los escritores más rurales de nuestro parnaso, escribe en este libro las páginas más críticas y laceradas contra los propios campesinos y sus pueblos (No son pueblos, sino sumas de casas, gentes que viven vecinas pero aisladas: Impera la insolidaridad más profunda…El payés es un ser desconfiado; pero, al mismo tiempo, se fía de todo y de todos con una inocencia inexplicable. (…) Se fía durante años y años de su eterno explotador. De la romana o de la báscula amañada”)
Pero no es de Josep Pla de quien el hortelano quiere hablarles, y ya le gustaría hacer algún día un homenaje a este hedonista universal, sino de la injusticia que los extremeños hemos cometido con los catalanes, dicho así en general, sin referirnos a los políticos que en esta hora están cometiendo un error histórico. Dicen las estadísticas que 180.000 extremeños residen en Cataluña, y no es cierto. Son muchos más porque, como los campesinos de Josep Pla, los extremeños que emigraron a Cataluña eran desconfiados y precavidos y mantuvieron en lo posible su empadronamiento en sus pueblos de origen. Si Extremadura tiene hoy un poco más de un millón de habitantes, en Cataluña residen no menos de 300.000 descendientes de extremeños y que conservan el cariño a su tierra de origen. Si el hortelano sale a la calleja del Altozano, y da veinte pasos adelante, les podría trazar el mapamundi catalán de su pueblo, lo mismo que lo podría hacer en cualquier otra localidad extremeña. Esa casa y esta otra se hicieron con el dinero que mis vecinos ahorraron en el Prat o en Reus o en Badalona, y aquel huerto se compró con el sudor de lo ahorrado en Hospitalet y así sucesivamente. Y si me acompañas te enseñaría la casa donde vivieron el padre de Jordi Évole o el abuelo de Jordi Hurtado…
–Querrás decir que Cataluña se sostuvo y prosperó con la mano de obra de los extremeños y de los andaluces principalmente y con los recursos económicos que se hurtaron al desarrollo del resto de España.
–Amigo, Tulio, estás cometiendo el mismo error y la misma injusticia que han cometido tantos otros y, entre ellos, Rodríguez Ibarra y Monago, dos de los políticos que más han colaborado al desgarro que esta mañana sangra en los papeles. ¡Qué soberana idiotez aquella del presidente Monago cuando dijo aquello de “Cataluña pide y Extremadura paga”! ¡Qué torpeza, además tan reiterada la de Rodriguez Ibarra, cuando gritaba. «Me importa un pepino y tres leches lo que pacten Pasqual Maragall, Arthur Mas o Josep Lluís Carod-Rovira, porque ya estoy hasta el gorro”. Ibarra y Monago, tan distantes pero no tan distintos, han estado al frente de los agravios españolistas que han favorecido el dislate de la hora presente. Con sus exabruptos anti catalanistas trataban de ocultar su incapacidad para crear riqueza y trabajo en su tierra. Sin los catalanes, sin la iniciativa empresarial de los catalanes, ¿dónde hubieran ido los extremeños que padecían hambre y miseria en los años sesenta? ¿Alemania? ¿Madrid? ¿País Vasco? A los emigrantes nadie les regaló nada, pero Cataluña contribuyó entre las que más a espabilar el hambre de nuestros paisanos.
Por supuesto que los mayores responsables del drama catalán son quienes están protagonizando la ruptura, capitaneados por el clan familiar y político de los Pujol, una banda de facinerosos, no tengas dudas, amigo Tulio. Pero también hay responsabilidad en la otra parte, y de forma muy destacada del inquilino de la Moncloa, uno de los gobernantes menos dotado desde la Transición que conserva todos los tics del franquismo y que no ha estado a la altura de las circunstancias. ¡Cómo ha ido descendiendo con los años la calidad de los políticos españoles! ¡Qué diferencia de aquellos tiempos que el hortelano conoció de cerca cuando Tarradellas y Adolfo Suarez se entendían y pactaban! El hortelano recuerda de su otra vida la confidencia de uno de los dirigentes de Convergencia cuando justificaba el enriquecimiento de los gobernantes. Este humilde hortelano está absolutamente convencido que en la raíz de la deriva soberanista está un hecho incuestionable: el convencimiento de la familia política de Pujol de que la trama de corrupción que ellos ampararon y de la que se beneficiaron les iba a pasar factura inmediata.
Cualquiera que sea el desenlace, tengo claro que es de justicia reconocer que aquella tierra nos ayudó a los extremeños a sobrevivir, lo cual no es poco. Está por hacer la nómina de los extremeños y de sus descendientes que han contribuido al desarrollo de Cataluña. Y cuántos otros regresaron y proclaman su agradecimiento. Y recuerdo con cuánto cariño un gran político catalán a quien lo asesinó el desvarío de otro de los nacionalismos, Ernest Lluch, recitaba de memoria los partidos judiciales de Extremadura de cuando era viajante de comercio pro los pueblos de nuestra tierra.
Y como lo de sentir la patria dicen que es cuestión de sentimientos, yo voy a continuar en el recuerdo de los textos de Pla. Además siempre que el hortelano siente nostalgia de su huerta y de sus gentes lo primero que le viene a la cabeza son los versos Salvador Espriu, los del “inicio del canto del templo” que el hortelano conserva en una edición bilingüe entre sus poemas preferidos:
Ahora decid: “La retama florece,/ por todas partes en los campos hay rojo de amapolas./ Con nueva hoz comenzamos a segar/ el trigo maduro y con él, las malas hierbas.”/(…) Pero hemos vivido para salvaros las palabras,/ para devolveros el nombre de cada cosa,/ para que siguieseis el recto camino/ de acceso al pleno dominio de la tierra./(…) Ahora decid: “Nosotros escuchamos/ las voces del viento por el alto mar de espigas”./ Ahora decid: “Nos mantendremos fieles/ ya por siempre al servicio de este pueblo”
En los años oscuros de la dictadura, la primera vez que este escribidor imaginó algo parecido a Europa fue la Rambla de Barcelona ante un kiosco de prensa y de flores. ¡Cosas de la memoria y de los sentimientos!
En momentos tan difíciles, entre una crisis que sigue ahogando a familias, empresas y administraciones públicas, una situación internacional bochornosa para la humanidad, y un intento de secesión promovido por políticos corruptos catalanes, es bueno reflexionar con calma, reflexión y visión de futuro. Gracias por traer estos textos de Pla, y estas reflexiones, que creo, son acertadas. Ricardo Hernández
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Estoy totalmente de acuerdo con estas notas del Hortelano impertinente que indican el agradecimiento que muchos extremeños sentimos por Cataluña y los catalanes. Es verdad que nuestros paisanos emigrantes catalanes han contribuido al desarrollo de Cataluña con su trabajo, con su profesionalidad y con el amor compartido entre Extremadura y Cataluña. Pero Cataluña le ha facilitado un trabajo, un bienestar económico y una autoestima profesional que no tenían en Extremadura. Lo mismo podemos decir del País Vasco y de Madrid que nos acogió a tantos extremeños y nos facilitó nuestro desarrollo profesional y personal, sin que perdiéramos el cariño entrañable a nuestra querida Extremadura. Me duele el cariz de desunión que los independentistas catalanes están están dando a la vida política; pero es hora de manifestar nuestro cariño y agradecimiento a Cataluña y a los catalanes, muchos de ellos con sangre extremeña.
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