El hortelano se ha puesto a escribir la impertinencia que le marca el calendario, y está pensando que no debiera distraerte, amigo Tulio, con cualquier bagatela que se le ocurra teniendo en cuenta lo que está pasando en esta heredad común que se llama España y que, en consecuencia, no es el momento de embeberse en los asuntos de tu tierra y de mi tierra; que estas son cuestiones menores -bagatelas había escrito- comparadas con la torrentera de problemas que vomitan a cada hora los papeles. ¡Mala suerte tenemos los extremeños, ahora que parecía que comenzábamos a poder plantear propuestas para regenerarnos, cambia la historia! Han llegado de nuevo los demonios familiares -separatismo, corrupciones, la “España se nos descose”-, se alborota el cotarro y otra vez nos dirán que no es este el momento oportuno, que no es la coyuntura más afortunada para recuperar el tiempo perdido. Ya verán ustedes cómo nuestros gobernantes -¡va por usted, señor Fernández Vara!-, tendrán servida la excusa de ocuparse más de los temas nacionales que del desarrollo de los extremeños. ¡Vaya, por Dios, qué mala suerte, la nuestra! Y vosotros y nosotros, amigo Tulio, entretenidos, inquietos, alarmados con la suerte de la nación, mientras esta Extremadura nuestra no levanta cabeza.
Pero el hortelano, desde su rincón, erre que erre con su saco de impertinencias, y no se explica la razón por la que sus presidentes –Ibarra, Vara y Monago- han gozado de una proyección nacional y, en parte de reconocimiento, muy por encima de la imagen de su Comunidad. Pregunta en la Gran Vía de Bilbao o en la calle Sierpes por el nombre del presidente de Aragón o de Baleares, y verás qué careto se les pone. Repite la pregunta sobre el presidente de Extremadura y comprobarás cómo, a poco que vean los telediarios, te dirán que Fernández Vara o tal vez Ibarra. Y sin embargo, el hortelano se reafirma en su opinión de que Extremadura no ha tenido suerte con sus gobernantes. Tratará de explicar esta aparente contradicción.
En pocas otras ocasiones como en los últimos días el nombre de Extremadura ha lucido tanto en las pantallas de los televisores de toda España. Vean al presidente de los extremeños, un socialista atípico pero sincero, antiguo alumno del colegio de los jesuitas de Villafranca en el que se formaron los hijos de la burguesía extremeña, proclamando con arrojo su discrepancia con el secretario general de su partido para impedir que pueda pactar con los independentistas. Al mediodía, por la noche, en todos los telediarios, Fernández Vara y, detrás, de forma muy notoria, el nombre de Extremadura. Si se contabilizara en términos monetarios la publicidad de Extremadura, sería una fortuna. ¿Algo que objetar? Ni sí, ni no, ni siquiera depende… Porque de lo que se trata es de reconocer que Extremadura ha tenido desde la Transición un plus de imagen muy notable a través de la celebridad de sus presidentes autonómicos. Como marca, Ibarra, Vara y en parte también Monago han gozado de fama y de celebridad muy por encima de su territorio.
–Si esto es así, ¿cómo se compadece esta realidad con tu afirmación de que Extremadura no ha tenido suerte con sus gobernantes?
-Trataré de explicarlo, amigo Tulio, o al menos esta es mi opinión. Por razones que no vienen al caso, Ibarra y Vara han sido figuras muy importantes en el partido de los socialistas españoles. En la coyuntura actual, Vara es sin duda uno de sus dirigentes más destacados. Raro es el día que Vara no abre un telediario o que Ibarra no se constituye en intérprete del antiguo testamento de los socialistas hispanos. Junto a ellos, adheridos a su nombre, el de Extremadura. Preocupados, ocupados, en salvar no solo a su partido sino también la unidad de todos sus territorios. ¡Repara en el presidente Vara devorando kilómetros, tan pronto en Madrid como en Mérida o en Azuaga, entrando en cualquier emisora a todas horas desde la carretera! ¡Admirable, Tulio, admirable! Y al tiempo que esto sucede, la tierra que gobierna no levanta cabeza. ¿Quién se atreve a decirle que haga un alto en su frenesí carretero y observe por ejemplo, a la altura del kilómetro 164 de la A-5, en su diario peregrinar Mérida/Madrid/Madrid/Mérida/Madrid/Madrid/Mérida/M…, que en ese vehículo que acaba de adelantar, o en el Auto Res en ruta, van jóvenes a los que su tierra sigue expulsando porque no hay ni trabajo ni horizonte cierto? Díganle que ese tráiler de gran tonelaje que deja atrás lleva materias primas extremeñas –concentrado de tomate, fardos de tabaco, terneros, corderos, guarros…- y que en cada tonelada se escapan no sé cuántos miles de unidades de trabajo que rendirán fuera empleo y riqueza. Y que observe mientras habla por teléfono con los informativos de todas las emisoras que los kilovatios del tendido eléctrico que acompaña su ruta tributan fuera y sirven para alumbrar los televisores en los que él seguirá pregonando su dolor por el sufrimiento de la España que se rompe …
¡Qué mala suerte tenemos los extremeños: tan buenos dirigentes para las causas nacionales y tan despreocupados de gobernar las necesidades propias! Les sucede algo parecido -probablemente se trate del mismo virus- que les pasaba a los presidentes asentados en la Moncloa, que se interesaban más por el estrecho de Ormuz o por los problemas de Bruselas que por los propios.
Atrévete a decírmelo, Tulio. Dime de nuevo que soy injusto e impertinente y que trenzo en cada entrega un rabiche, como aquellos que hacíamos con juncos los niños de aldea, mezclando realidad, ficción y demagogia. Dilo, porque así me permitirás replicar con estas otras dos reflexiones.
La primera es que, en tanto el presidente Vara realiza un esfuerzo extraordinario a nivel nacional para reconducir a su partido hacia la moderación y la centralidad, la gestión administrativa y de gobierno de la Junta es lamentable: equipos de gobierno mediocres, escasamente coordinados, atareados en administrar pequeños programas que solo sirven para remendar los rotos que la crisis ha producido, pero inútiles para provocar el cambio de modelo económico y social que Extremadura necesita. Y, para colmo, no existe a nivel público, y menos a nivel privado, un órgano que sirva para chequear la realidad extremeña y contrastar soluciones de futuro. ¡Qué curioso lo que sucede en nuestra tierra: no existe otra voz que la de los políticos para proponer soluciones técnicas a los problemas económicos y sociales! En Extremadura pueden ocurrir sucesos tan sorprendentes como el que un día nos despertemos con la noticia del cierre de la mina de Aguablanca y se vayan a la calle cuatrocientos trabajadores sin que nadie hubiera detectado el problema o que reparemos en solo unas horas de que se puede ir al traste el mayor consumidor de los tabacos en rama de la Vera. ¿Acaso no conocían en la consejería de Industria que el precio del níquel en los mercado internacionales se habían desplomado y que el tabaco está ya en el capítulo final de la historia que mejor representa la ineptitud industrial extremeña? ¿Nadie alertó de los problemas de Acorex y de la mangancia con la que se administraba Caval?
La segunda reflexión es sobre el sentimiento de frustración derivado de la pérdida de una de las últimas oportunidades que Extremadura tiene para acortar la distancia de convergencia no solo con el resto de las regiones europeas, sino con las españolas. La ejecución del Programa de Desarrollo Rural para Extremadura (2014-2020), con una inversión de al menos 1.200 millones de euros, transcurre con más pena que gloria. Los millones de que está dotado no servirán para producir un cambio de las estructuras productivas, solo para remendar las viejas rutinas agrarias.
Esto es cuanto te quería decir, amigo Tulio, para que al menos por mi parte sirva de discusión en nuestra próxima tertulia. ¡Qué mala suerte tenemos los extremeños: siempre nos pillan los acontecimientos con el pie cambiado! Por eso te decía al comienzo que tal vez no debiera distraerte con las minucias extremeñas cuando viene tan cargada la tormenta que amenaza la tranquilidad y la dulce rutina democrática de la que hemos gozado los españoles durante los últimos cuarenta años. Ya sé que es mucho decir lo de gozar desde esta tierra que se despertó un día sin ser consciente de que se le podría terminar el estado del bienestar en que vivía, pero esta mi gente no se da por vencida. Escucha, si no Tulio, la algarabía de los ensayos del carnaval que nos llega. Escucha, están ensayando las fanfarrias del desfile y en las casas se tejen los disfraces: curas o monjas, reyes o pajes, y también rufianes, y déjame a mí que explore lo que esta sucediendo en los bancales de la huerta; mira cómo se está vistiendo de colores la tierra. Son las primicias de lo que está por llegar, los colores de las huerta/jardín. ¡Como reconfortan estos adelantados de la eclosión de los bulbos de flor! Dentro de nada, en su pequeñez y modestia, este será mi Giberny particular. No hace tanto que descubrí el paraíso de Monet al borde del rio Hudson y regresé con los ojos escocidos de tanto admirar el jardín de Monet de modo traté de encontrar aquel librejo de las conversaciones con Monet en el que se recordaba cómo el pintor se pasaba las horas observando el color de Giberny, o tratando de recuperar la tonalidad exacta de la luz del día anterior para llevarla al lienzo. Y como no lo encontraste, te sumergiste en los abismos de la ciudad hasta hallarlo de nuevo. Ahora comienza el tiempo hortelano propicio para saciarte con la explosión de color que se anuncia en cada parcela, y si, además, tuvieras la suerte de encontrar la cita aquella de Messiaen que decía que siempre que escuchaba música veía los colores, podrías pedirle a la maquinaria que te diera, por ejemplo, el canto de los pájaros del propio Messiaen para ver mejor los colores de tu huerta. ¿Cómo se llama ese fenómeno que consiste en equivocar el orden de los sentidos, tal como le ocurría al compositor de la música más sobrecogedora, el cuarteto para el fin de los tiempos, escrito en un campo de concentración esperando la muerte? Efectivamente, sinestesia. ¿Estará aquejado de sinestesia el presidente Vara y esté equivocando la razón de su cargo y crea que los extremeños lo eligieron para salvaguardar la unidad de todos los españoles? Y, a lo mejor, mis paisanos me retiran el saludo, felices como están de que su presidente se les aparezca todas las noches en las pantallas de televisión defendiendo el solar patrio.