El hortelano, de natural impertinente e impertinente por convicción, se dispone a escribir un elogio. Va dedicado a Juan Carlos Rodríguez Ibarra, José Antonio Jáuregui y a Antonio Ventura Díaz, los tres máximos responsables de la feliz idea de crear y mantener la Academia Europea de Yuste y los premios Carlos V, una de las iniciativas más inteligentes de cuantas se han desarrollado en Extremadura en muchos años. Dime si no, amigo Tulio, qué otras experiencias sean equiparables a esta, ocurridas en el último siglo por ejemplo. ¿El Plan Badajoz, que ha producido el milagro de regar más de cien mil hectáreas y promover el desarrollo de muy dilatados territorios? ¿El Estatuto de Autonomía que ha posibilitado el autogobierno de Extremadura? ¿Los Fondos Europeos que han ayudado a transformarla? ¿La declaración de ciudades Patrimonio de la Humanidad de Mérida, Cáceres, y Guadalupe? ¿La creación de Monfragüe por mérito de una persona a lo que luego prácticamente desterramos; la construcción del teatro romano de Mérida; la invención de las fiestas del “cerezo en flor” que ha proyectado la imagen extremeña a medio mundo?
Por encima de la mayoría de los citados, yo destacaría la creación de la Academia de Yuste y de los premios Carlos V. Trataré de justificarlo, aunque cuestión distinta es que hayamos sabido rentabilizar la iniciativa. Al hortelano le tienta siempre la idea de conocer quién creó o inventó todo lo que en definitiva admira. No lo hace por fetichismo, ni siquiera por un afán historicista. Lo hace por sacar conclusiones, aunque luego esta manía le haya traído contratiempos. A estas alturas de su vida no tiene reparos en recordar una de ellas: hace muchos años, se publicó en Extremadura una revista excelente. El hortelano, metido en camisa de once varas, no tuvo empacho en firmar un tarjetón en el que decía algo así como que es tan “buena que no parece extremeña”. El destinatario fue tan imprudente, que publicó aquel deshago. Al día de la fecha -y han pasado no menos de 30 años-, alguien no lo ha olvidado. Ya ven como lo de impertinente, referido a este humilde escribano, viene de lejos. Lo de sacar conclusiones, en razón a quiénes hayan sido los pioneros de las cosas que admira, es asunto de mayor enjundia. Otro ejemplo: ¿saben ustedes quiénes fueron los pioneros de la industria en Extremadura? Por este orden: Manuel Díaz de Terán (Sevilla, 1850), José Fernandez Lopez (Lugo, 1904) y Eusebio González Martin (Puerto de Béjar, 1900). Raparen en sus lugares de nacimiento y verán de qué va la impertinencia.
Decía que Ibarra, Jáuregui y Antonio Ventura son los responsables de la experiencia más valiosa de promoción de Extremadura a nivel nacional e internacional. El sociólogo José Antonio Jáuregui, muerto hace unos años en plena madurez, lo soñó y lo inventó. Su sueño pasó años invernado en los cajones de la Administración extremeña hasta que el presidente Ibarra lo rescató. Pero, sin la obstinación y la desbordante capacidad de templanza y de concordia de Antonio Ventura, la Academia de Yuste y los Premios Carlos V no habrían pasado, como tantas otras cosas, de las buenas intenciones. Hace algo más de dos años nos propusimos hacer un reconocimiento a Antonio Ventura y te reto, amigo Tulio, que me digas qué otro personaje de la historia reciente de Extremadura cosechó mayores asentimientos, desde la derecha a la izquierda, desde los sindicatos a la autoridad eclesiástica, desde los más impertinentes a los más sumisos; todos nos pusimos en fila para reconocer un suceso tan extraordinario como fue el reconocer la calidad humana y profesional de un contemporáneo que lleva camino de pasar a nuestra historia más querida.
¡Pensar que hayan visitado Extremadura y conocido su realidad y su historia personajes como Jacques Delors, Wilfried Martens, Mijaíl Gorbachov, Simone Veil, Umberto Eco, José Saramago, Alain Touraine, Paul Preston, Todorov, Vaclav Havel, Gaston Thorn, Rostropovich, decenas de intelectuales de rango mundial, premios Nobel, científicos…! ¡Imaginar que Extremadura y Yuste han estado en la vanguardia del pensamiento europeo y en la concepción de la Europa Social! ¡Pensar que el nombre de Yuste y Extremadura ha circulado por todas las cancillerías por mor de unos premios con el nombre del primer constructor de Europa y que la visita a la Vera haya figurado en la agenda de todos los dirigentes europeos! Es muy probable que todo ello se haya hecho con menos recursos que los que las Administraciones extremeñas dedican en un solo año a financiar festejos intrascendentes.
Aparte de cultivar lechugas y rosales, el hortelano tiene debilidad por la historia. De pequeño tuvo un maestro que le convenció de que todo lo que nos sucede procede de los sentimientos, que las ideas se heredan y que nada en el mundo procede del azar. La vida y el progreso son secuencias encadenadas. El caso es que el escribidor anda estos días trajinando por la historia y, de repente, ha reparado en algo que le tiene sorprendido y como, aparte de impertinente, es imprudente, se ha embarcado en una tesis que le tiene deslumbrado. El hortelano parte del supuesto de que Extremadura necesita, como argumento de autoestima y como motor de regeneración, algunos elementos de solvencia intelectual e histórica que nos faciliten seguir soñando con un futuro mejor que el que padecieron nuestros abuelos y el que sufren actualmente nuestros jóvenes en paro. No hace mucho se atrevió a poner como ejemplo la admirable cosecha de talento que Extremadura produjo en el siglo XIX, gracias a unas minorías rebeldes e innovadoras. Llegó a dar quince nombres de extremeños extraordinarios, de verdadera relevancia nacional. Luego entramos otra vez en el ostracismo, como es nuestra costumbre. Lo que ahora ha “descubierto”, pensando en la entrega del premio Carlos V a la italiana Sofia Corradi, impulsora del programa universitario Erasmus, es el pasado erasmista de la Extremadura del siglo XVI, el verdadero siglo de Oro de nuestra tierra. Resulta que el emperador que en cierto modo protegió a Erasmo de Rotterdam, el personaje más sobresaliente de la Europa moderna, el padre de nuestra moderna cultura occidental, vino a rendir su vida a un remoto lugar de una Extremadura que, por aquellos mismos años, protagonizaba una de las epopeyas más destacadas de la historia de Europa. Y, ¡oh sorpresa!, al menos para este inexperto lector que vive en la calleja del Altozano, resulta que en aquel mismo periodo, además de conquistadores y evangelizadores, Extremadura produjo tres lumbreras de la cultura nacional, y los tres, en uno u otro sentido, erasmistas convictos y confesos, si es que los académicos me permiten afirmar el erasmismo del primero que voy a citar. Tres extremeños, que -insisto- debieran servirnos para reforzar nuestra frágil y titubeante autoestima. Benito Arias Montano (Fregenal de la Sierra, 1527), El Brocense (Brozas, 1523) y Pedro de Valencia (Zafra,1555). En conclusión: en torno a Yuste, al emperador Carlos V y al pensamiento erasmista se articula la parte más rica del legado intelectual de nuestra tierra. Incluso para cerrar este “círculo” de casualidades históricas, en 1992, un albañil extremeño descubrió en Barcarrota, emparedados, un conjunto de diez libros, entre ellos un valiosísimo tratado de ética de Erasmo de Rotterdam.
Y es así, de lectura en lectura, bajo el portalillo de su terruño cómo el hortelano se ha atrevido a recomendar al presidente de los extremeños que abrevie su proceso de “repensar” Extremadura. Hace mucho que la “repensaron” algunos extremeños olvidados. Solo hace falta leer la historia sin complejos y sin fanatismos.
Me queda todavía, Tulio, otra sorpresa que no sé cómo interpretarla: a qué se debe esa rara predilección de los familiares del emperador Carlos V a morirse en Extremadura. Su abuelo, Fernando el Católico murió, camino de Guadalupe, en Madrigalejo en enero 1516. El mismo Carlos V expiró en Yuste 21 de septiembre 1558. Su hermana, Leonor de Austria, reina consorte de Portugal y reina consorte de Francia, dos veces reina, falleció en Talavera la Real en febrero de 1558. Su nuera y sobrina Ana de Austria, cuarta esposa de Felipe II, reina consorte de España y Portugal, en Badajoz el 16 de octubre de 1580. Y todavía más, su abuela la reina Isabel la Católica recibió el 11 de octubre de 1497, a escasos metros de donde me encuentro cavilando, la noticia de la muerte de su hijo y heredero el príncipe Juan.
Verás, Tulio. Si doy ahora mismo de mano y me alejo de la huerta no más de doscientos metros, puedo ver las paredes donde la reina Isabel derramó las lágrimas más amargas de su atribulada vida. Allí estaban, tratando de consolarla, su marido, el rey Fernando, el cardenal Cisneros y el duque de Alba. Una escena que, cuando al fin mis paisanos logren adecentar la ruina que más les avergüenza, la podrían representar con música de Hernando Franco y de Juan Vásquez y con prólogo de Domingo Marcos Durán. Y digo yo, Tulio, ¿por qué a los viejos nos da por la historia, por el cultivo de tomates y por la salazón de boquerones en vinagre?
Y digo yo, Tulio, quien mejor que nuestros viejos para enseñarnos a querer lo nuestro.
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Gracias, José Julián, por este elogio “impertinente” de Extremadura. Libros de Erasmo de Rotterdam escondidos en Extremadura. Noticia estupendo porque indica que siempre ha habido personas con libertad de pensamiento en nuestra tierra.
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