Como de costumbre el hortelano anda perplejo y en estado de confusión. Tan pronto le parece que la esquina principal de la plazuela del Altozano de su pueblo es el mejor observatorio para palpar el universo, como cree que, para mejor entender el microcosmos de su aldea, habría que pedir ayuda a un Instituto de Sociología Aplicada para comprender los comportamientos de esta tierra, antes de que a los viejos nos saquen la tarjeta morada. O lo que es lo mismo: si un equipo de sociólogos quisieran investigar cómo eran las sociedades antiguas, les diría: vengan ustedes conmigo que les voy a dar un paseo por mi aldea. Comprobarán cómo existen todavía vestigios, -¡qué digo vestigios; vigas maestras!- de cuando la sociedad extremeña era un feudo. Confirmarán la razón principal de que esta Comunidad viva todavía una etapa preindustrial sin visos de sostenibilidad ni en lo económico ni en lo social. Tampoco sé cómo se puede compaginar el interés que en el hortelano despiertan las costumbres de estos pueblos con la necesidad de pasar página en la historia y enfilar nuevos derroteros. No vaya a ser que el folclore y las capeas y los santos patronos y las liricas populares sean elementos retardatarios de la evolución o de la revolución que los pueblos necesitan para sobrevivir. Por ejemplo, cuando el hortelano ve, este mes de agosto, la televisión autonómica llena de jolgorios de fiestas patronales, de paisanos felices de reencontrar sus tradiciones o de gentes muy ordinarias que dicen banalidades, no sabe si festejar también las tradiciones o de rebelarse contra la historia.
En los ratos que le deja libre la huerta, el hortelano colecciona en estos días biografías de paisanos heterodoxos, todos aquellos de la “cáscara amarga” que tuvieron la osadía de rebelarse. Le ha bastado ir un rato a la capital y dedicar el tiempo que le quedó libre de comprar un líquido contra la araña roja y entrar en aquella tienda que huele a libro antiguo y a inteligencia y pedir “dame cuarto y mitad de heterodoxos” y se trajo un tesoro. Leyendo la vida de santos heterodoxos extremeños, el hortelano ha llegado igualmente a la conclusión de la pervivencia en la actualidad de rasgos y atributos de la Extremadura feudal. El escribidor ha descubierto a un médico rural, Antonio Elviro Berdeguer (Salorino, 1892-1936), comprometido en la defensa de los campesinos sin tierras y en la lucha contra los latifundios y los absentistas, regeneracionista más que socialista, cuya memoria ojalá no se hubiera extinguido. De la lectura de su biografía, el hortelano conserva aún el sabor de los tiempos republicanos preludiando la guerra civil. Lo mismo que conserva también el recuerdo de otro regionalista converso al régimen (¡qué remedio, el pobre hombre, represaliado por masón y socialista!), Juan Luis Cordero, y autor de un bellísimo poema campesino que sirvió para la letra del himno de la patrona del pueblo del hortelano. Y si hubiera tiempo para contar las peripecias de Juan Luis Cordero, escribiría también algo de la historia del bisabuelo zafrense de Antonio Machado (el definidor de las dos Españas), José Álvarez Guerra, recién nombrado “jefe político” de la provincia de Cáceres, autor de manifiestos extremeñistas liberales que soñaba, en el año 1822, que Extremadura igualara pronto el nivel de riqueza de las otras regiones y “aun superarlas si fuera posible”. ¿Cuántos años han transcurrido desde aquella fantasía?
Ya ven cómo, con tanta lectura republicana y liberal en el portalillo de la huerta, al hortelano le ha dado por pensar en aquello de las dos Españas y en las dos Extremadura porque cada vez está más convencido de la existencia de dos Españas, como convencido está de las dos Extremadura, que así de reduccionistas se ha sorprendido mientras cogía higos de la higuera -hay que cuidar de no caerse de la higuera, que encierra mucho más peligro que resbalarse de un guindo-. Tan pronto clarea, el hortelano registra su higuera, de ella toma nada más que los frutos coronados de gota de miel, los deposita en un cubillo de zinc y son, cada día, su primer trofeo hortelano. Volviendo al tema de la República y de los heterodoxos extremeños, pienso , amigo Tulio, que, aunque no son tiempos de guerras, sí lo son de graves conflictos que afectarán a nuestros hijos. La situación política de España bien merece una comparanza con la de la República hasta el punto de decir que si don Manuel Azaña y don Nicasio Alcalá Zamora se hubieran tomado un café en tiempo y forma y hubieran invitado a don José María Gil Robles, los españoles nos hubiéramos ahorrado un montón de muertos y el retardo de 40 años en el ejercicio de la democracia. Lo mismo que si ahora mismo Rajoy, Pedro Sánchez y Albert Rivera se tomaran una cerveza a solas y en mangas de camisa, otro gallo nos cantara. De Pablo Iglesias, el usurpador del nombre de un hombre importante de nuestra historia, les diré que su pervivencia depende de no suscribir ningún acuerdo con los partidos turnantes. Representa al mundo de los airados y los cabreados no están para ser “abajofirmantes”. ¡Vaya que si existen las dos Españas! y por desgracia cada vez más irreconciliables: la España que tolera o justifica o ejerce la corrupción, y la España que la detesta; la España tolerante y laica y la España confesional y arrogante; una España doctrinaria y sectaria y una España abierta; la España activa y la España subvencionada; la España que cree en la igualdad y la España que suspira por la castas; la España de la meritocracia y la España del chalaneo, y así sucesivamente. En pleno ejercicio de impertinencia, el hortelano podría clasificar a cualquiera de sus conocidos en cada una de estas categorías, pero no lo hará –tranquilo, amigo Tulio- por aquello de vivir pacíficamente en su aldea durante el tiempo que la providencia lo consienta.
Si hay dos Españas, ¿cómo no va a haber dos Extremadura? Las hay y cada una de ellas se representa en la máxima pureza. Donde antes había grandísimos latifundios, propietarios absentistas y tierras sin labrar, jornaleros y braceros empobrecidos, hoy se llaman empleos campesinos precarios, trabajo social , es decir subvencionado, sujetos a la renta básica, rentas activas de inserción, contratos de primera experiencia, ayudas para atender a la dependencia, etc., toda una intrincada gama de subvenciones. El hortelano se asombra y se escandaliza de ver cada día a esa pandilla de jóvenes sujetos al trabajo social apenas productivo. Hay pues, una Extremadura dependiente y una Extremadura autónoma; una Extremadura de empleados y una Extremadura del paro o del trabajo subvencionado; una Extremadura de funcionarios y una Extremadura de empleo precario; una Extremadura de gente instalada y una Extremadura en estado de permanente necesidad; una Extremadura de hombres y mujeres autocomplacidas y encantadas de haberse conocido, y otra Extremadura de gentes sufridas y resignadas.
¿Existirá una Extremadura rebelde o como en los tiempos de Antonio Elviro Berdeguer una Extremadura sumisa y claudicante? El hortelano se ha puesto a buscar en su memoria versos de Cernuda sobre la idea de la revolución que siempre llega y, afortunadamente, los ha encontrado en una antología que tiene a mano, tan a mano que ha de cuidar siempre que la abre para que los hojas del libro no alfombren el cuarto de baño:
La revolución renace siempre, como un fénix/Llameante en el pecho de los desdichados./Esto lo sabe el charlatán bajo los árboles/ de las plazas, y su baba argentina, su cascabel sonoro./ Silbando entre las hojas, encanta al pueblo/ robusto y engañado con maligna elocuencia,/ y canciones de sangre acunan su miseria (La visita de Dios, Luis Cernuda)
Mira, Tulio, si en Extremadura no existiera una sociedad subvencionada, muy amplia y muy dilatada, a esta hora estaríamos de nuevo exhumando no solo los versos de Cernuda, también los del niño yuntero de Rafael Alberti (“Los niños de Extremadura/van descalzos/Quién les robó los zapatos”), o los de Miguel Hernández en el frente de Extremadura, aunque la revolución se llame ahora “campamentos de la dignidad” o “Podemos”.
Pero el hortelano impertinente reniega del bando de los demagogos y del de los autocomplacidos; se encuentra más cómodo entre aquellos que inventaron el regeneracionismo, y se pregunta por la razón de que 354.000 extremeños (más de un 30 por ciento de la población) vivan en hogares con rentas inferiores a mil euros mensuales, según datos del Instituto de Estadística de la Comunidad, y todo ello a pesar del empleo protegido, del empleo subsidiado y de la renta básica. No me atreveré yo a decir que la responsabilidad de esta situación sea también de quienes han sido incapaces de promover el desarrollo económico, y de quienes se hallan cómodamente instalados en el sistema de subvención, que no de protección social.
El hortelano se ha quedado con el regusto de los versos de Cernuda, este sí plenamente heterodoxo, que reflejan la perplejidad y la incertidumbre entre el regreso feliz a su Ítaca, es decir a su huerta, o seguir andando camino aunque sea apoyado en una vara de olivo o de granado: “¿Volver? Vuelva el que tenga, /tras largos años, y tras un largo viaje,/ cansancio del camino y la codicia/de su tierra, su casa, sus amigos/ del amor que el regreso fiel le espere…./Sigue, sigue, adelante y no regreses,/fiel hasta el fin del camino y tu vida,/ no eches de menos un destino más fácil,/ tus pies sobre la tierra antes no hollada,/tus ojos frente a lo antes nunca visto.
Pero estos veros de Cernuda no son de claudicación, ni nacidos de la soberbia de la edad a punto de cruzar la otra orilla, son versos de rebeldía, de continuar el camino, sin hijos que te busquen, sin esperar a Ítaca ni a penélopes que te aguarden, sin confiar –dice el hortelano impertinente- que una subvención te solucione la vida.