Del carácter “neandertal” de nosotros los extremeños

 

Amigo Tulio, habrás leído estos días lo que se dice en los papeles sobre el origen de los  agricultores y de los cazadores, y sobre cómo el hombre primitivo comenzó siendo cazador/recolector hasta derivar a la agricultura. Lo dicen referido a cuando nuestros abuelos los neandertales y los homo sapiens, milenios atrás, se cruzaron entre sí, y de ellos parece que procedemos. Se dice en dos libros muy serios, documentados en las últimas investigaciones de antropología biológica, que los primeros vivían felices y en armonía, mientras que los segundos, los sapiens, empezaron a competir para progresar socialmente ¿Qué nos importará a nosotros, por viejos que seamos, las elucubraciones que se están poniendo de moda sobre cómo se comportaban los sapiens y los neandertales, y si no hubiera sido preferible que la humanidad no se hiciera sedentaria inventando la agricultura, y así habríamos continuado siendo hombres cazadores y recolectores, sin preocuparnos por la lluvia o por la sequía, y sobre todo sin tener que esforzarnos en cultivar el terruño sea propio o ajeno? Dicen que allí comenzaron nuestras desgracias porque el homo agricultor metió por medio la codicia para cultivar más y mejor, y, de mejora en mejora, es decir de codicia en codicia, hemos llegado a los Mac Donald y a Wall Street, y a producir especímenes como el tal Ignacio González, de quien el hortelano impertinente supo a ciencia cierta, hace no menos de seis años, que era homo codicioso y avaro.

 En el portalillo de mi huerta estoy leyendo uno de estos libros en el que se trata de demostrar que el avance más importante de la civilización europea se registró cuando nuestros ancestros descubrieron la cerveza. Descubrieron que sorbiendo aquel destilado de semillas silvestres se encontraban mejor, más enardecidos, hacían mejores versos o acaso copulaban con más entusiasmo. A partir de entonces se dedicaron a perfeccionar aquel brebaje. Era sencillo pero revolucionario: cultivarían las semillas silvestres y seleccionarían cada año las mejores. Algo parecido a lo que hicieron nuestros paisanos extremeños cuando se trajeron de América  simientes de tomate y de maíz, o como yo mismo hago guardando cada año en un bote de potitos las semillas de mis tomates “morunos” o las pipas de calabaza. Desde aquella lejanísima fecha, al cabo de una o varias glaciaciones, llegamos al día de hoy, en el que, por ejemplo, en el chabuco de mi huerta estoy, hoy mismo, sorbiendo un vino tinto de las bodegas Habla, de a 4,90 euros la botella, que es bueno y sobre todo de precio competitivo. Los vinos extremeños de más de 15 euros no merecen la pena y, si la merecen, nunca abrirán mercados que nos saquen de pobres.

Decía, Tulio, que el paso del homo sapiens de cazador/recolector a agricultor/sedentario no fue en balde. No lo digo yo, lo dice Karin Bojs (Mi gran familia europea, Ariel) y lo dice Yuval Noah (De animales a dioses, Debate), ¡oigan ustedes, dos eminencias!. Y lo dicen con tanta seguridad que este pobre hortelano no debiera dudarlo. Pero el hortelano está dispuesto a hacer una impertinencia a favor de los agricultores y en detrimento de los recolectores. Y es más: se atrevería a decir que a los extremeños “nos va como nos va” porque hemos hecho más caso a Yuval Noah que a Karin Bojs. Los sapiens no es que fueran más inteligentes, que a lo mejor lo fueron, sino más habilidosos, más diligentes que los perezosos neandertales que se pasaron los milenios sesteando tan pronto como llenaban la panza con frutos silvestres.

Mira, Tulio, el asunto tiene más miga de lo que parece. Resulta que los extremeños que conservan el ADN de los neandertales, es decir del homo cazador/recolector, son mayoría frente a la escasa grey de los homo cultivadores. Los primeros se limitan a recoger, con poco esfuerzo, lo que la vida les va ofreciendo, sean subvenciones o empleo protegido; los segundos maquinan para producir vino de a 4,90 e. la botella o, hartos de tanta protección, se las ingenian para embotellar cerveza artesana, tal vez sin conocer que con la cerveza comenzó la cadena humana del progreso. Y hasta puede que aquellos sean más felices, porque ya es conocido lo que el informe PISA sostiene: que los muchachos extremeños y andaluces son más felices que los del resto del reino de España, por mucho que mi amigo el liberal opine que la alegría de los perezosos la financian los diligentes.

A más/a más, -como dice mi vecino recién regresado de Cataluña para cultivar lechugas y patatas junto a mi huerto-,  hablaba yo este Viernes Santo con un ganadero de lo mal que se presenta la primavera y el verano. En una semana, los campos se han mustiado y el verde de los pastizales se va dorando poniendo fin a esta  primavera escuálida si el buen dios de los agricultores no lo remedia. Y él me decía que, al fin y al cabo, la escasez de pasto de este verano la compensará con los muchos kilos de avena/veza que ha sembrado. Solo pide una tregua a las tormentas para que no arruinen su cosecha.

Aquí es donde yo quería llegar, amigo Tulio. Y lo explico. El hortelano, que ya ves que se ha pasado meses sin hacer impertinencias, se admira y se sorprende cuando repara, de aquí para allá, en los paisajes de su tierra. Son los más bellos que Dios ha creado y, si no son, como si lo fueran. Prefiere -¡cómo no!- el paisaje de la dehesa y, si es en primavera, le deslumbra la dehesa florecida, las magarzas, las azulinas y los gamones como hachones encendidos, y qué decir de la flor de la encina, modesta y contenida como es el carácter de mis paisanos. Allá donde no haya encinas, no te olvides de admirar las laderas de mi aldea embellecidas por el cantueso y las retamas. ¡Una maravilla, Tulio! ¡Un prodigio! Pero tan pronto como pasa el tiempo de la diosa Flora, se acabaron los gozos de la mirada. ¿Cómo es posible que estos campos tan dilatados, decenas de miles de hectáreas que difícilmente se abarcan con la mirada, sean eriales? Sin cultivo, sin que nadie, como mi amigo el sembrador de la avena/veza, los ponga en “rendimiento”. Sitúate en cualquier promontorio, en cualquier colina de nuestra patria extremeña, preferiblemente en aquellas que no tengas en lontananza los regadíos de las Vegas, ni en las llanuras de Barros, sitúate en uno de los miles de oteros desde el que divises un universo de secano. Piensa en la producción efectiva de esas miles de hectáreas que dominas con la vista. No verás ni un almacén ni una fábrica. Si eres propenso a elucubrar, echa cuentas: cuántas cabezas de ganado sustentan esos territorios; cuántos jornales o empleos promueven por kilómetro cuadrado, cuanta riqueza producen, y a dónde se dirige el escuálido fruto de esos infinitos territorios. Son, sin duda, paisajes neandertales.

El extremeño con dominancia de ADN neandertal se contenta con alimentar sus ganados con el fruto espontáneo de las estaciones. Si vienen bien dadas, los rebaños crecerán rollizos y en primavera sestearán con la panza repleta. Si los cielos no descargan lluvia, tiempo habrá de lamentarse en la taberna. Mi amigo que siembra avena-veza se hace cruces de por qué no se asocian para sembrar o recolectar como aprendieron a hacer las hermanas hormigas hace milenios.

No te doy más la monserga, Tulio, con las cavilaciones de este pobre hortelano que cultiva un pegujal de patatas y de rosales. Pero si tuviera tiempo, se adornaría con la herencia mesteña que hizo imposible la vida a los agricultores en favor de los ganaderos de la nobleza y de los Cabildos. Y sin irnos tan lejos, traería aquí lo escuchado el otro día en la Asamblea de Extremadura sobre el proyecto estrella del presidente Vara de la “economía verde” y la “economía circular”, que fue cuando pensó este hortelano que habían regresado los neandertales. No sé si estarás de acuerdo, Tulio, pero a mí lo escuchado me produjo una profunda tristeza. Era tanto como reconocer nuestro fracaso como pueblo, como si fuera un retroceso a nuestro origen neandertal: ya que hemos sido incapaces de prosperar y de crear empleo productivo, inventemos que otros nos paguen por mantener el paraíso ecológico que habitamos. Algo parecido a lo que legisló el presidente Roosevelt para favorecer las reservas de los nativos americanos. Alistémonos, pues, en un sistema basado en la conservación a ultranza del paisaje y del medio ambiente, aplicando el método “multierres”: repensar, rediseñar, reproducir, reparar, reducir, reutilizar, recuperar, re…Cuando en tiempos de Franco inventaron aquello de “orgánica” aplicado a la democracia y de “vertical” a los sindicatos, ya sabíamos que ni era democracia ni eran sindicatos. Lo mismo me ocurre con lo de “verde” o “circular” apellidando a la economía. ¡Tremendo, Tulio, tremendo! Imagino que la rendición de los neandertales frente a los sapiens tuviera mayor gloria e inteligencia.  

Es posible que en esta tarde de Viernes Santo la acumulación de belleza que esconde este tapial me esté nublando, amigo Tulio, las entendederas. O acaso que tanta meditación de tiempos remotos y tanta reflexión contradictoria (lo dijo JRJ: “amor, amor, amor; amor en el lugar del excremento”), esté favoreciendo la melancolía que producen los aromas de la huerta. Porque a nadie importa la nostalgia que un hombre provecto siente cuando recibe un regalo inesperado. Y es que la providencia le ha reservado el don de recibir un pequeño tesoro: el sillón de su bisabuelo. Es un objeto sencillo y tosco, probablemente torneado en el taller carpintero familiar. El bisabuelo era labrador, es decir perteneciente a la estirpe de los sapiens. Creó, según tengo entendido, un huerto con frutales al borde de una rivera en el lugar más prodigioso de su aldea. En su honor, en honor al sillón del bisabuelo hortelano, allí entronizado, juro al cielo que este su vástago leerá, tan pronto lo tenga a mano, el testamento de Petrarca. Quiero al fin saber a quién dejó su huerto/jardín de Arquá, a quién legó su biblioteca y el modo como trató de curar su melancolía mirando su ultima primavera, año de 1374.

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