Cosas de la capital vistas desde la aldea

 

Los de pueblo sentimos un gran respeto por la cosas de la capital. Para el hortelano, sin ir más lejos, hay más distancia entre su aldea y la capital de su provincia que entre aquella y Madrid o Nueva York pongamos por caso. Salvo que tuvieras algún latifundio, tú seguías siendo de pueblo, y ellos de ciudad. La capital tenía jerarquías muy variadas, y en el pueblo todo comenzaba y terminaba en el sargento de la Guardia Civil. Efectivamente si tenías muchos caudales, en la capital te perdonaban la vida, aunque siguieras siendo de pueblo. Ellos eran hijos de gentes de oficina y de escalafón, y tú “eras de tu pueblo”.

Esta es la razón exclusiva por la que el hortelano toma precauciones a la hora de hacer una o varias impertinencias sobre asuntos de la capital que vienen en el periódico de la fecha, porque él se siente más desenvuelto si aborda una cuestión de Madrid o de Bruselas que si trata de meter el diente en lo que va leyendo sobre los 127 mantos que tiene la patrona de la capital, todos ellos bordados en oros, topacios y esmeraldas. No es que la cuestión de los mantos de la patrona de la capital le preocupe al hortelano, pero le ocurre que todos los años, por la época en  que comienzan a libar los abejorros, se tropieza con la noticia de los mantos de la patrona. Hoy, la virgen lucirá el manto el número 97 de su colección, que fue una ofrenda de la señora doña María del Carmen Carvajal Muñoz. Dice el periódico en portada que el manto de hoy es de raso natural blanco, bordado a mano, en oro con topacios. Mañana cuando baje a la plaza porticada a por los periódicos para degustarlos en la huerta, el impertinente buscará con ansiedad qué numero hace el manto de cada día y qué tipo de pedrería lucirá, si bordado en oro o en plata, con topacio o esmeraldas. ¡Cosas de la ciudad! Y, a lo mejor, en renta de mantos de vírgenes patronas no andamos tan mal como en otras cosas. Si la patrona de la capital de mi provincia tiene 127 mantos, ¿tendrá más o menos que la de los Desamparados o la “Moreneta”. Si estuviésemos al mismo nivel que aquellas, el hortelano se sentiría muy reconfortado. Puede ocurrir que la tendencia a regalar mantos de pedrerías a las vírgenes sea un hecho que el escribidor no logra descifrar. Antes, mucho antes, las gentes ofrendaban exvotos y, no veas Tulio, lo tenebrosos que eran los camerinos de las vírgenes, repletos de manos, piernas y otras casquerías que representaban los órganos afectados por los milagros de las vírgenes. Pienso que algo similar debe ser el impulso de las damas oferentes de mantos enjoyados. En lugar de regalar al cirujano una cesta de ibéricos, ofrendan mantos sanadores. O tal vez se deba a otras peticiones de favores: casar a la niña con un abogado del Estado o, lo que sería peor, competir con otros del mismo rango para pasar a la historia y el periódico diga, como lo dice esta mañana, que el manto que la virgen luce en el novenario es producto de su hacienda. ¿Tributan estos detalles o, por el contrario, deducen en el IRPF? Pero, el hortelano echa el freno a las variadas consideraciones que se le ocurren. No vaya a ser que la señora Carvajal y Muñoz tenga parientes entre los amigos del hortelano y se lo tomen como ofensa. No hace mucho que se le ocurrió una censura a un determinado prócer de la provincia y su interlocutor le cortó señalando el parentesco.

Sigo, pues, tu consejo, amigo Tulio: antes de opinar, trata de averiguar la naturaleza de tu interlocutor y, mucho más, si son varios los que te escuchan. El asunto vale para todos y para siempre, pero advierto que en Extremadura somos parcos en la opinión. La llevamos por dentro. Debe ser una característica de los rurales y nunca sabremos si tu interlocutor es así de reservado o es que hace tiempo se le apagaron las luces. Lo decía Josep Pla aplicado a sus payeses. O acaso, nosotros los extremeños, acostumbrados a tener siempre amos y señores, hayamos desarrollado en mayor medida el sentido de la prudencia, o tal vez sigamos pensando que la expresión de la opinión es algo así como una categoría o privilegio. En tiempos remotos había caballeros con derecho a expresar opinión ante los reyes, como los había con derecho a destocarse en su presencia. Creo que nuestro don Manuel Godoy gozó de este privilegio ante el rey don Carlos, tal vez por la confianza que le prestaba su señora la reina. A mí siempre me produjo ternura la sorpresa de Juan Rulfo cuando le preguntaron cómo había ido aquella reunión y él, también de la clase de los plebeyos como el hortelano, se maravillaba de la espontaneidad y libertad con las que se expresaban sus compañeros de mesa. En su otra vida, el hortelano en una ocasión dijo esto de plebeyo aplicado y en presencia de una reina -era nieta de un taxista- y la Señora se sintió un tanto afligida. ¡Ahí es nada, el ejercicio de la libertad de opinión! Los campesinos somos pues sobrios a la hora de expresarnos, y además los extremeños nos sentimos más cómodos delegando la opinión. ¡Que opinen ellos! Ellos son los políticos y especialmente los que están en el gobierno.

Pero no siempre fue así. Hubo un siglo maravilloso en el que las minorías extremeñas tenían opinión de casi todo. Fue el siglo XIX y fue portentoso, aunque luego aquella eclosión de talento terminó sojuzgada. Viene esto a cuento de lo que voy leyendo en el periódico de la capital de la provincia. Por alguna razón, tal vez de aniversario, se glosa una de las efemérides más gloriosas de la capital de mi provincia, la creación de la Real Audiencia de Extremadura en el año 1791. La señala el periodista amigo de la historia con una especie de reserva frente a Badajoz, que también la pretendía. Vencieron los de mi capital y muy probablemente aquella afrenta fue un capítulo más de las luchas que aún mantienen la herida sangrante. El enfrentamiento entre las dos provincias es un asunto de las minorías culturaleso políticas. No creo que a la gente en general le preocupe si el presidente de la Junta sea de Aceuchal o de Ahigal. El periodista llena una página completa relatando la efeméride pero no dice nada del suceso más importante de la ceremonia, el discurso del extremeño Juan Meléndez Valdés, poeta y jurisconsulto, liberal y afrancesado. No viene al caso, pero no olvides, Tulio, que este señor con nombre de calle fue un excelente poeta romántico que escribió los versos eróticos más memorables de la literatura hispana. Busca en la maquinaria los dedicados a una ninfa ninfómana y verás el desahogo con el que se expresaba el poeta nacido en Ribera del Fresno y muerto en Montpellier.

Te decía que el suceso más importante de la historia de la creación de la Real Audiencia de Extremadura fue el discurso que pronunció Meléndez Valdez, que junto al del pacense Vicente Payno conforman la denuncia más valiente y arriesgada de la situación paupérrima de la Extremadura del siglo XVIII, y que sin muchas variaciones ha continuado hasta el presente. Cuando termines de leer los versos eróticos del extremeño, busca el tal discurso y párate en aquel párrafo que comienza:

“Sin población, sin agricultura, sin caminos, industria ni comercio, todo pide, todo solicita, todo demanda la más sabia atención, y una mano reparadora y atinada para nacer a su impulso, y nacer de una vez sobre principios sólidos y ciertos, que perpetúen por siempre la felicidad de sus hijos y, con ella, nuestra honrosa memoria. Hasta aquella escasa porción de conocimientos que en otras provincias se suele hallar entre sus nobles y su clero es aquí por lo común más limitada; la veréis envuelta en sombras y tinieblas espesas. En medio de un suelo fértil y abundante, como aislados en él y apartados de la metrópoli por muchas leguas, sin puertos ni ciudades de grande población, donde uniéndose los hombres se corrompen y se instruyen, perfeccionan sus artes y sus vicios, ni el clero, ni los nobles de Extremadura pudieran cultivar hasta ahora sus ricos y admirables talentos según sus honrosos deseos. Así que, retirados y ociosos en el seno de sus familias, con unas almas grandes y elevadas, pero duras y encogidas, han cuidado más bien de disfrutar sus gruesos patrimonios y acrecentar sus granjerías, que de salir a ilustrarse ni ejercitar su razón en el país inmenso de las ciencias. No es culpa suya, no, esta escasez de luces…”

 

Ya sabemos cómo terminó Meléndez Valdés…desterrado y vilipendiado. Y mira por dónde, Tulio, el periódico de mi provincia clama contra el abandono en que el ayuntamiento de la capital mantiene una de las dos esculturas que adornan su paseo principal. Es aquella avenida que le sirvió al hortelano para comprobar por sí mismo que los grandes paseos llenos de arboles y flores y señoras encapirotadas  -¿serian aquellas las que regalaban mantos a la patrona?- existían en verdad y no solo en la pantalla del cine de invierno. La avenida de mi ciudad tiene dos esculturas que le hacen flanco. Al oeste, la del poeta Gabriel y Galán al que tiene gran respeto y aprecio la población más conservadora. Al lado este, está la estatua de un prócer liberal sobre el que el común de los ciudadanos, estoy seguro, ni saben quién fue ni que pinta allí. Se llama Muñoz Chaves y su escultura, según estoy leyendo, se conserva en estado lamentable. A la de Gabriel y Galán, todos los años le llevan flores y le llueven homenajes. Sobre el político liberal,  nunca más se supo, pero fue tan importante e influyente que a los liberales en mi provincia los llamaban “chavistas”. Este Muñoz Chaves era nacido en la otra provincia y cuando se erigió la escultura parece que los pacenses lo reivindicaron, porque ya entonces las minorías extremeñas mantenían el conflicto entre las dos capitales que separa la sierra de San Pedro. El debate no es cosa de la historia, el hortelano ha comprobado hasta qué punto se mantienen vivo aunque solo aflore a la hora de las cervezas. Somos pocos pero mal avenidos…

Estoy reparando, Tulio, en que los dos personajes a los que me refiero, Muñoz Chaves y Meléndez Valdés, fueron pacenses, aunque las referencias periodísticas a las que me refiero ocurrieran en Cáceres y ya conoces la estadística corrosiva que circula por las maquinarías tratando de documentar, a través del origen de quienes ostentan los cargos públicos, la prevalencia absoluta de los nacidos en Badajoz sobre los de Cáceres. Son cosas de la política y de sus burócratas, pero dan mucho juego a la hora de desviar la atención sobre lo que de verdad nos importa. Te decía, Tulio, que los de pueblo somos reservados y retraídos, pero los que vivís en las capitales solo aplicáis la retórica a la hora del verdejo.

En los tiempos de Meléndez Valdés Extremadura se llamaba provincia y mira, Tulio, lo que dijo aquel día en Cáceres. Quítale la quincalla romántica, y mira si es o no de aplicación lo que dijo hace casi un siglo y medio:

“esta ilustre provincia (Extremadura), cuyo genio pundonoroso la arrastra al heroísmo en todas las carreras, cuyos hijos se han señalado siempre en cuanto han emprendido de grande y de difícil, y que con las famosas conquistas de sus Pizarros y Corteses mudó en otro tiempo la faz de Europa, abrió al comercio y la industria las anchísimas puertas de un nuevo mundo, y a la sabiduría un campo inmenso, una inexhausta mina de observaciones y experiencias en que ocuparse y engrandecerse; es hoy, por desgracia, la menos industriosa de las que componen el dominio español, y la que menos goza de sus inmortales hijos

 

Desde el chabuco de su huerta, el hortelano contempla cómo el ventarrón de primavera doblega los sarmientos de las parras y cómo desflora los rosales. Está lloviendo sobre la siembra de las patatas y, Dios mediante, habrá cosecha abundante. Piensa que en esta tierra, “la menos industriosa de las que componen el dominio español”, el periódico lleva a su portada el manto número 97 de la patrona, dice que la estatua del prócer liberal en el paseo principal de la capital está desbastada, y el periodista que homenajea la ceremonia de constitución de la Real Audiencia de Extremadura ha olvidado el discurso del extremeño que murió en el exilio por ser “ilustrado”. ¡Cosas de la capital vistas desde la aldea!