
“Recuerda, Tulio, el cuento del burro y la cebada. Cada día, le sustraían un puñado de grano hasta que, al fin, el platero se murió. ¿Acaso no nos está sucediendo lo mismo? Algún dios malvado nos roba, cada día, una porción de la capacidad para el asombro. Contagiados por la indiferencia, seremos mansos y resignados. Pero tú, Tulio, no te resignes. No te acostumbres al rito funerario de recontar, cada mañana, los muertos. ¡Rebélate, Tulio, protesta! Cuando te llamen pesimista, respóndeles que tratas tan sólo de equilibrar el sinnúmero de los sectarios y de los fanáticos”
«LIVIANDADES»
Hoy han muerto en España 173 enfermos por el coronavirus. Uno de ellos, era tu amigo el poeta. Eras sólo una parte, un accionista minoritario, de ese extraordinario patrimonio de amistad compartida que deja atrás José Benítez Iglesias. No recuerdas a nadie con tan dilatada legión de amigos verdaderos. A esta hora, estaremos llorándole varios cientos de personas unidas por el reconocimiento a un hombre bueno, jovial, agraciado por los dioses con el don de la sonrisa más sincera. Cada uno de nosotros lo considerábamos amigo privativo, porque tuvo la gracia de hacernos creer que éramos únicos a sabiendas de que éramos legiones los agraciados. Fue sencillo y modesto, no estaba en disposición de dispensar favores, pero todos nos considerábamos afortunados de poder contar con su cordialidad y generosidad. ¡Qué bien se estaba siempre, allá donde el amigo estuviere! ¡Qué paz y comodidad irradiaba alrededor con sólo su presencia!
Ya conoces, Tulio, las veleidades de este hortelano cada vez más ensimismado, y de regreso a sus antiguas pasiones. Como a cualquiera de sus colegas, la vida le ha reservado oportunidades que no siempre ha agradecido como debiera. Nunca reconocerá bastante el don de la amistad desinteresada. ¡Qué suerte hemos tenido, Tulio, de haber gozado inmerecidamente de la amistad de gente prodigiosa! Acuérdate de lo que algún clásico debió decir, y si no lo dijo, valdría la pena que lo dijera: que tanto vales como amigos verdaderos conserves. Llevo un rato largo buscado en mi bosque intricado de libros, un ejemplar de uno de tus autores de culto. Al fin lo encontraste, pero no el ejemplar que tenías subrayado. Aquel otro ejemplar debiste leerlo poco antes de andar errante por los arrabales romanos buscando entre calzadas y ruinas las mansiones de Horacio y de Cicerón. Tratabas de compartir siquiera una brizna del aire que respiraron dos de tus personajes favoritos. Es así como la muerte de tu amigo te ha llevado de nuevo a rebuscar en la memoria tus viejas lecturas de Cicerón, libro a libro de aquella colección de clásicos de Alianza, con los que tal vez conserves sus obras completas. Al fin has ido directo a estos textos y has vuelto a subrayar “¿Qué cosa hay más dulce que tener con quien atreverse a hablar de todo como si lo hicieses contigo mismo? (…) Piensa que sin amistad la vida se torna intransitable”. Y has sabido ahora que Cicerón escribió su tratado de amistad en homenaje a uno de sus amigos muertos, porque lo cierra con algo que ese hortelano dedica a su amigo: “Aquellos recuerdos (los del amigo desaparecido) no han muerto, sino que, más bien, los alimento y acreciento con la reflexión y la memoria”. Cuando te llegue, Tulio, la hora de hacer recuento, reconocerás que mucho de lo que eres pertenece a tus amigos y a aquellos otros que te facilitaron el encuentro con ellos.
Hace ya muchos años, era por el mes de mayo, cuando le pidió al hortelano que le presentara, en nuestra tierra, su recién editada antología. Y lo hice, Tulio, a sabiendas que era otra muestra de su generosidad. Recuerdas que te dijo: hazlo como tú haces las cosas, con independencia, como si no me conocieras. Y dijiste, en el aquel mayo florido, en la plaza de San Francisco, que en la obra de José Iglesias existen dos columnas que la vertebran: el amor, incluso el amor físico y carnal, y la nostalgia por su tierra extremeña. También dijiste que existen otros paramentos que la sustentan: el gozo por el paisaje, la infancia, y el festejo de la amistad y de la fraternidad. Hiciste además una consideración formal: la musicalidad, o mejor dicho la sonoridad de sus versos, siempre presente, perseverante, que consigue ensamblar estrofas de una perfección admirable. Y todavía una última anotación: es poesía solidaria, fraternal, compasiva, amiga de los desprotegidos, sean estos una prostituta o el hombre pesaroso y desvalido.
Y fue entonces cuando te atreviste a hacer una mínima antología para aquellos que todavía no conocieran sus versos, estos versos:
Escribe del amor: “Cuando el amor me llama, de repente/ mi corazón se vuelve llamarada/ y arde mi sangre toda y la mirada/, inflamada de amor, busca tu frente…/ Cuando el amor me llama, me florece/ un corazón amigo en cada herida. / Cuando el amor me llama estoy salvado”
Escribe del peligro del hastío: “Te estoy pensando aquí, desesperadamente triste. /Te estoy sintiendo aquí, desesperadamente lejos/ Quiero llamarte a gritos. /Gritar tu nombre al aire. / Gritar tu nombre y que vinieras. / Gritar tu nombre al sol y resurgirte”
Escribe del amor recuperado: “Alégrate, mi amor, ya viene el día/ vistiéndonos de luz la casa entera. / Alégrate, mi amor, la primavera/ ha estallado en diademas de alegría”
Escribe de los jirones que el tiempo deja en nuestras vidas: “Menos mal que aún nos quedan orillas perfumadas/ de una memoria agreste donde acoger al tiempo/ Menos mal que aún guardamos un pequeño rescoldo/ del incendio de entonces y a veces resucita”
Escribe de la lucha por vivir con dignidad: “Qué tristeza sentirse apaleado/ como un perro en las calles de la vida/ Qué pena de lamerse cada herida/, sucio y solo, hambriento y derrotado”
Escribe de la añoranza que siente por el dios perdido. “Ya habitaba dios en el olvido/ Un dulcísimo sueño taciturno/ el recuerdo de dios. / El poeta buscaba, rebuscaba/ entre las piedras, / los escombros, / las memorias/ del viejo corazón desvencijado”
Escribe de su tierra: “A orillas dl recuerdo se levanta/ una tierra de luz que fue la mía. / Era dura y extrema más tenía/ esa miel amorosa que amamanta/ el sueño de los niños…”
Escribe del desarraigo de sentirse fuera de su tierra: “Duele dentro la tierra. Duele dentro/ este jirón de ausencia, esta distancia, / este latir de vida en el vacío”
Poco después, el amigo muerto te pagó quintuplicado el tiempo que dedícate a resucitar en público sus versos. Le pediste que actuara de jurado en un concurso para enaltecer la plaza de tu pueblo y compuso un poema que luego enmarcó, y en él te hizo la dedicatoria: “Esta albura matriz que espacia el paso/y acomoda la luz entre sus ojos/guarda en sus arcos el temblor del tiempo. /Memoria. /Los hijos de los hijos de los hijos/de los que aquí cruzaron sus infancias/regresarán del vuelo/a redimir la piedra. /Placenta es esta plaza/donde la luz se nutre. /Aquí hicieron los siglos del pórtico misterio. /Aquí se hizo silencio el peso de la historia”
Recuerdo quién me presentó a José Iglesias Benítez y quién me descubrió sus versos. Hace sólo unos minutos has vuelto a leer en el Tratado sobre la Amistad de Cicerón que las verdaderas amistades son imperecederas, y te hace ilusión pensar que cada uno de los que creemos en ella somos sólo un eslabón de un interminable proceso para ir construyendo la fraternidad de los hombres. Hoy pienso que en parte somos herederos de aquellas virtudes que José Benítez Iglesias poseyó con tanta jerarquía, y que quienes tuvimos la suerte de compartir su amistad debiéramos esforzarnos en procurar que no mueran, como no ha muerto ni morirá la memoria del poeta amigo muerto.
Preciosa elegía por el amigo inolvidable, a todos nos gustaría ser recordados con tanta bondad y amistad . Recibe un fuerte abrazo
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